Había
una vez un valle muy fértil rodeado de montañas altísimas. Ese valle estaba
ubicado en el territorio que hoy ocupa el norte de Bolivia y
el sur de Perú.
Los
hombres que allí habitaban vivían felices sin preocupaciones.
Los Apus,
dioses de las montañas, les procuraban todo lo que necesitaban, desde alimento
hasta abrigo. Además los protegían de todos los peligros y angustias.
Los
Apus habían puesto todos estos bienes a disposición de los hombres con una sola
condición: Que ningún hombre debía escalar jamás la montaña donde ardía el
fuego sagrado.
Los
hombres siempre habían obedecido el mandato de sus dioses protectores, pero un
día, el diablo, molesto de ver tanta paz y tranquilidad, comenzó a instigar a
los hombres para que compitieran entre ellos para averiguar quién de ellos era
el más valiente. La muestra de coraje consistía en desafiar a los dioses.
Un
día, los hombres decidieron escalar la montaña donde ardía el fuego sagrado,
pero los Apus los sorprendieron a mitad de camino. Al ver que los hombres
habían desobedecido su mandato decidieron exterminarlos. Bajo la orden de los
dioses, cientos de pumas que poblaban la montaña del fuego sagrado salieron de
sus cuevas y comenzaron a devorarlos.
Los
hombres pidieron ayuda al diablo, pero este los ignoró porque ya había logrado
lo que pretendía.
Desde
lo alto del cielo, Inti, el dios del Sol contemplaba la
masacre con tristeza. Tanto era su dolor que lloró amargamente durante cuarenta
días. Tan profuso fue su llanto que sus lágrimas inundaron el valle por
completo.
Todos
los hombres murieron salvo un hombre y una mujer que estaban en una barca de
juncos.
Cuando
el sol volvió a brillar vieron que se encontraban navegando sobre un lago
enorme. Y sobre las aguas del lago podían verse los pumas ahogados
transformados en estatuas de piedra.
Esta
pareja llamó al lago, Titicaca que significa el lago de los
Pumas de Piedra.
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