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Nirsha Borda

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lunes, 2 de abril de 2018

LITERATURA BOLIVIANA



Los pueblos de Bolivia cuentan con una rica tradición oral, manifestada en mitos, leyendas, cuentos, etc., que por desatención, aún no han sido puestos en el papel; pero que sin embargo aún se transmiten de generación en generación.
La población boliviana, compuesta en su mayoría por indígenas y mestizos, ha enriquecido la literatura nacional con diversos matices, criollos o de otra índole, para convertirla en lo que apreciamos en la actualidad: una literatura muy rica, oriunda de las tierras bajas del oriente, de los valles y del altiplano boliviano.
La constante agitación política que ha vivido Bolivia a lo largo de su historia (revoluciones, golpes de estado, dictaduras, guerras civiles, guerras con países vecinos) ha perjudicado el desarrollo intelectual del país. Muchos talentos tuvieron que emigrar o fueron ahogados por la convulsión interna. Sin embargo, en los últimos años la literatura de Bolivia se encuentra en un proceso de crecimiento.



EL ABYA YALA, LOS ARAWIS
Durante la era precolombina o Abya Yala, los incas desarrollaron los quipus, que eran un sistema mnemotécnico de cuerdas y nudos de lana o algodón utilizados para registro contable de bienes, recursos y transmisión de mensajes importantes; así como pinturas rupestres y petroglifos. Sin embargo, carecieron del lenguaje escrito, todo era transmisión oral,  de los incas y amautas, no solamente en lo relativo al imperio, sino también su producción literaria como sus poesías o Arawis y sus canciones o Takis.
De la literatura quechua solo existen muy pocas hermosas canciones y leyendas orales, poesías, himnos religiosos y relatos heroicos. Una de las más conocidas, la siguiente:

MAMAY (MI MADRE)
   * ¿Ima phuyun jaqay phuyu,                ¿Qué nube puede ser aquella nube
   * Yanayasqaj wasaykamun?                   Que obscurecida se aproxima?
   * Mamaypaj waqayninchari                   Será tal vez el llanto de mi madre
   * Paraman tukuspa jamun.                   Que viene en lluvia convertido.
  
   * Tukuytapis inti k'anchan,        El sol alumbra a todos,
   * Noqayllatas manapuni.                    Menos a mí.
   * Tukuypajpis kusi kawsan,                 No falta dicha para nadie;
   * Noqay waqaspallapuni.                    Mas para mí solo hay dolor.
                      
   * Pujyumanta aswan ashkata                 Porque no pude conocerla
   * Má rejsispa waqarqani,                   Lloré más harto que la fuente,
   * Mana pipas pichaj kajtin                 Y porque no hubo quien me asista
   * Noqallataj mullp'urqani.                 Mis propias lágrimas bebí.    
 
   * Yakumanpis urmaykuni,                    También al agua me arrojé            
   * "Yaku, apallawayña", nispa.              Queriendo que ella me arrastrara.
   * Yakupis aqoykamuwan                      Pero el agua me echó a la orilla
   * "Riyraj, mask'amuyraj", nispa.           Diciéndome: "Anda aún a buscarla".
 
   * Paychus sonqoyta rikunman,               Si ella viera mi corazón,
   * Yawar qhochapi wayt'asqán,               Cómo nada en lago de sangre.
   * Khishkamanta jarap'asqa,                 Envuelto en maraña de espinas,
   * Pay jinallataj waqasqan.                 Lo mismo que ella está llorando.
Juan Wallparimachi Mayta, traducido y adaptado por Jesús Lara, en la: "Literatura de los Quechuas"

En el periodo colonial se destacaron escritores como Antonio de la Calancha y Vicente Pazos Kanki, pero es a Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela a quien corresponde el honor de ser considerado el autor de la primera obra de la literatura boliviana: Historia de la Villa Imperial de Potosí.

Durante buena parte del siglo XIX, el historiador Gabriel René Moreno es el principal referente de las letras bolivianas. Las primeras obras literarias surgen con autores como Nataniel Aguirre,  Ricardo Jaimes Freyre,  Alcides Arguedas,  Franz Tamayo, Gregorio Reynolds, Jaime Mendoza y Armando Chirveches. Durante la primera mitad del siglo XX se destacan además Adela Zamudio, Lindaura Anzoategui Campero, Demetrio Canelas, Abel Alarcón, Tristán Marof, Enrique Finot, Félix del Granado, entre otros.
Obras notables son las siguientes:

Nacer Hombre
                                                 Adela Zamudio

Cuánto trabajo ella pasa
Por corregir la torpeza
De su esposo, y en la casa,
( Permitidme que me asombre).
Tan inepto como fatuo,
Sigue él siendo la cabeza,
¡Porque es hombre!

Si algunos versos escribe,
De alguno esos versos son,
Que ella sólo los suscribe.
(Permitidme que me asombre).
Si ese alguno no es poeta,
Por qué tal suposición
¡Porque es hombre!

Una mujer superior
En elecciones no vota,
Y vota el pillo peor.
(Permitidme que me asombre).
Con tal que aprenda a firmar
Puede votar un idiota,
¡Porque es hombre!

El se abate y bebe o juega.
En un revés de la suerte:
Ella sufre, lucha y ruega.
(Permitidme que me asombre).
Que a ella se llame el "ser débil"
Y a él se le llame el "ser fuerte".
¡Porque es hombre!

Ella debe perdonar
Siéndole su esposo infiel;
Pero él se puede vengar.
(Permitidme que me asombre).
En un caso semejante
Hasta puede matar él,
¡Porque es hombre!

¡Oh, mortal privilegiado,
Que de perfecto y cabal
Gozas seguro renombre!
En todo caso, para esto,
Te ha bastado
Nacer hombre.
Durante la segunda mitad del mencionado siglo se acentúan las obras literarias nacionalistas, destacándose escritores como Augusto Céspedes, Javier del Granado, Carlos Medinaceli, Antonio Díaz Villamil, Óscar Alfaro, Raúl Botelho Gosálvez, Joaquín Aguirre Lavayén. Por otra parte, se consagran autores que marcan una nueva manera de hacer literatura universal en Bolivia, como Jaime Sáenz, Óscar Cerruto, Julio de la Vega, Jesús Urzagasti, Jesús Lara, Renato Prada Oropeza, Eduardo Mitre, Pedro Shimose, Néstor Taboada Terán, Gastón Suárez.
                                  
Dentro del panorama literario contemporáneo se destacan escritores de distintos géneros, muchos de ellos impulsados por el Premio Nacional de Novela creado en 1998. Entre ellos: Gonzalo Lema, Edmundo Paz Soldán, Wolfango Montes, Cé Mendizábal, Ramón Rocha Monroy, Homero Carvalho, Juan de Recacoechea, Víctor Montoya, Adolfo Cárdenas, Giovanna Rivero, Wilmer Urrelo, Rodrigo Hasbún, Víctor Hugo Viscarra, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Sebastián Antezana, son actualmente los principales referentes.

LA PUERTA CERRADA


                                                                  Edmundo Paz Soldán

Acabamos de enterrar a papá. Fue una ceremonia majestuosa; bajo un cielo azul salpicado de hilos de plata, en la calurosa tarde de este verano agobiador. El cura ofició una misa conmovedora frente al lujoso ataúd de caoba y, mientras nos refrescaba a todos con agua bendita, nos convenció una vez más de que la verdadera vida recién comienza después de ésta. Personalidades del lugar dejaron guirnaldas de flores frescas a los pies del ataúd y, secándose el rostro con pañuelos perfumados, pronunciaron aburridos discursos, destacando lo bueno y desprendido que había sido papá con los vecinos, el ejemplo de amor y abnegación que había sido para su esposa y sus hijos, las incontables cosas que había hecho por el desarrollo del pueblo. Una banda tocó “La media vuelta”, el bolero favorito de papá: Te vas porque yo quiero que te vayas, / a la hora que yo quiera te detengo, / yo sé que mi cariño te hace falta, / porque quieras o no yo soy tu dueño. Mamá lloraba, los hermanos de papá lloraban. Sólo mi hermana no lloraba. Tenía un jazmín en la mano y lo olía con aire ausente. Con su vestido negro de una pieza y la larga cabellera castaña recogida en un moño, era la sobriedad encarnada.
Pero ayer por la mañana María tenía un aspecto muy diferente.
Yo la vi, por la puerta entreabierta de su cuarto, empuñar el cuchillo para destazar cerdos con la mano que ahora oprime un jazmín, e incrustarlo con saña en el estómago de papá, una y otra vez, hasta que sus entrañas comenzaron a salírsele y él se desplomó al suelo. Luego, María dio unos pasos como sonámbula, se dirigió a tientas a la cama, se echó en ella, todavía con el cuchillo en la mano, lloró como lo hacen los niños, con tanta angustia y desesperación que uno cree que acaban de ver un fantasma. Esa fue la única vez que la he visto llorar. Me acerqué a ella y la consolé diciéndole que no se preocupara, que estaría allí para protegerla. Le quité el cuchillo y fui a tirarlo al río.
María mató a papá porque él jamás respetó la puerta cerrada. Él ingresaba al cuarto de ella cuando mamá iba al mercado por la mañana, o a veces, en las tardes, cuando mamá iba a visitar a unas amigas, o, en las noches, después de asegurarse de que mamá estaba profundamente dormida. Desde mi cuarto, yo los oía. Oía que ella le decía que la puerta de su cuarto estaba cerrada para él, que le pesaría si él continuaba sin respetar esa decisión. Así sucedió lo que sucedió. María, poco a poco, se fue armando de valor, hasta que, un día, el cuchillo para destazar cerdos se convirtió en la única opción.
Este es un pueblo chico, y aquí todo, tarde o temprano, se sabe. Acaso todos, en el cementerio, ya sabían lo que yo sé, pero acaso, por esas formas extrañas pero obligadas que tenemos de comportarnos en sociedad, debían actuar como si no lo supieran. Acaso mamá, mientras lloraba, se sentía al fin liberada de un peso enorme, y los personajes importantes, mientras elogiaban al hombre que fue mi padre, se sentían aliviados de tenerlo al fin a un metro bajo tierra, y el cura, mientras prometía el cielo, pensaba en el infierno para esa frágil carne en el ataúd de caoba.
Acaso todos los habitantes del pueblo sepan lo que yo sé, o más, o menos. Acaso. Pero no podré saberlo con seguridad mientras no hablen. Y lo más probable es que lo hagan sólo después de que a algún borracho se le ocurra abrir la boca. Alguien será el primero en hablar, pero ése no seré yo, porque no quiero revelar lo que sé. No quiero que María, de regreso a casa con mamá y conmigo, mordiendo el jazmín y con la frente húmeda por el calor de este verano que no nos da sosiego, decida, como lo hizo antes con papá, cerrarme la puerta de su cuarto.




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